¡Nunca te rindas!
La historia de sin saber cómo, acabé encontrando mi sitio.
8/21/20256 min read


La vida es una completa carrera de fondo. Y es que aunque miremos siempre las cosas en el corto plazo, no sabes si las bofetadas sirven para encauzarte en el camino correcto.
Como cuando practicamos rafting, queremos que el camino en el río sea tranquilo y que no tengamos muchos obstáculos. Pero al final siempre hay caídas, pasas por los rápidos, tienes frío, incluso puedes llegar a hacerte daño... y eso quizá es lo que hace que la experiencia sea tan gratificante cuando acabas la actividad.
Quiero pensar en esto cuando tuve mis primeros contactos profesionales. Empecé de becario de un bufete de abogados en administración, y de ahí pasé a un par de empresas en las que hacía trabajos de contabilidad y finanzas. Tenía ilusión con ello, ya que tuve mi primera nómina a los 23 años (lo cual no está nada mal para mi contexto). Me creía un crack, porque claro, encima viviendo con papá y mamá todo eran beneficios y parecía el Tío Gilito de mis amigos.
No obstante, el trabajo tampoco me resultaba fascinante. La verdad es que soy una persona despistada y la organización y la metodología que requiere un trabajo administrativo no es algo que haya sido nunca mi punto fuerte. Siempre he sido de cometer despistes, quizá porque tengo la cabeza en 1.000 sitios antes de en lo que me tendría que centrar de verdad, o porque tal vez me aburro. Y eso fue algo que aprendí con LA GRAN BOFETADA.
Creo que no podría describirlo de una forma más acertada. Llegué a un puesto de trabajo con la ilusión de crecer, de hacer las cosas bien... y lo intenté en el peor momento posible. Por mi parte, siempre diré que arrastraba circunstancias personales complicadas que quizá minaron mi rendimiento (problemas previos de ansiedad, el fallecimiento de mi abuelo...). Aunque también hay que decir que el ambiente en el que trabajaba no era el ideal para desarrollarte: una jefa que solo hace que quejarse del trabajo y de los compañeros, que siempre estaba ocupada y desatendiéndome, que tenía malas formas, me mandaba tareas que no supervisaba y hasta me llegó a tener las 8 horas de jornada laboral delante del ordenador sin darme ninguna instrucción. Su frase estrella era "prefiero hacerlo yo porque si tengo que explicártelo pierdo tiempo". Creo que nunca he escuchado frase más tóxica que esa, y no sé que denota más: falta de interés, falta de organización, falta de respeto...
El caso es que a los 3 meses me despidieron y caí en el abismo. Me sentía un completo inútil, alguien que había desaprovechado una oportunidad. No me sentía capaz de nada y fue un verano bastante deprimente. Llegué a arrastrar un desánimo brutal, porque no entendía cómo podía ser tan torpe. Y es que eso era lo que me decía a mí mismo. Es cierto que no me traté con compasión, y solo hice que castigarme por mi "gran fallo" de no encajar.
Al final de ese verano encontré otro trabajo también de administrativo en otra empresa más grande y que prometía más. Pero seguía en esa dinámica de trabajo tóxico y compañeros que no ayudaban. Aquí la ansiedad llegó a carcomerme de tal forma que me daba taquicardia solo subir las escaleras para llegar a mi sitio. Imagínate cuál fue mi desesperación que llegué a renunciar a ese trabajo al mismo tiempo que me independicé de casa de mis padres. Pensé: cómo he podido liarla tanto...
En ese momento me llamaron para una baja de maternidad que me interesaba mucho. Sabía que era temporal, pero necesitaba tener un sueldo para pagar el alquiler :) Y fui a parar a una agencia de marketing donde vi que quizá el futuro podía estar más allá de las facturas. Veía a mis compañeros (que además tenían mi edad) lanzar campañas, hablar de leads, de comunicación, de engagement... y me pareció sumamente interesante. Siempre pensé que eso podía resultarme más de interés y por un momento empezaba a sonreír cuando tenía que ir a trabajar. Seguía con las facturas, pero al menos esto ya era otra cosa. Aunque otra bofetada estaba a punto de llegar: la pandemia.
Volvía de nuevo a la casilla de salida, esta vez con 2 meses de paro y a punto de quedarme sin ingresos. Eso sí, tenía que seguir pagando el alquiler. Y pese a lo duro que pudiese parecer mi situación, creo que fue de las mejores cosas que me podía pasar. Afortunadamente conté con el apoyo de mis padres y sabía que si me quedaba sin a 0, podría volver a casa. Aún a malas, no me iba a dormir bajo de un puente. Pero también tenía esa sensación de decir "qué desastre, cuántas malas decisiones he tomado en mi vida que ahora a la primera de cambio voy a tener que volver al nido". Aunque realmente fue una oportunidad para empezar de 0 y hacer lo que siempre quise hacer: reinventarme y pasarme al marketing. Y sí, en un artículo a parte, agradeceré a mis padres el poder haber tenido estas oportunidades.
Me matriculé en marketing digital y estuve un año de máster. Fue un año feliz y de nuevos retos. Aunque también hubo bofetadas. Al final uno debe saber que siempre va a haber bofetadas, sea la época que sea. Aprendí a manejar algo de marketing digital en una empresa de eventos online. Aunque tampoco hubo mucho entendimiento y tocó volver a buscar trabajo a los 7 meses ¡Otra vez señor...!
Llegué a un punto de frustración que no sabía qué hacer con mi vida. Todo era empezar, reinventarse, volver al principio... un bucle infinito donde ya no era capaz de saber qué estaba fallando. Me hacía preguntas como "¿de verdad soy tan inútil?", "¿es esto una señal divina para que no me dedique a trabajar?", "¿debería haberme metido en Renfe como mi padre y olvidarme?". Barajé la posibilidad de irme fuera, a Madrid o a Irlanda, ya que pensaba que en Valencia no tendría sitio. Nunca lo tuve... Hasta que de pronto, todas esas bofetadas se convirtieron en aprendizaje. Y fueron unas grandes maestras.
Resultó que todo este proceso era un aprendizaje: que no siempre los jefes tienen la razón, que tenía que ser más proactivo, que nadie se iba a preocupar por mí más que yo mismo, que tenía que buscarme la vida y siempre sacar una lección de todo, por muy dura que fuese.
Me planté con casi 5 años de vida laboral a los 28 años (que no está nada mal), y había tenido experiencia en muchas cosas. Sabía contabilizar, sabía tener algo de capacidad analítica, entendía de números, sabía de atención al cliente e incluso había aprendido a cargar un cajero automático (esto último es realmente excitante, créeme). Y se me dio una oportunidad muy chula: la exportación.
Claro, ¿cómo puedes pasar de las facturas o el márketing digital a ser un export manager? Pues sinceramente, ni yo mismo lo sabría explicar. Pero así fue.
Tras la pandemia empecé a desarrollar una estrategia de marketing y de export manager en el sector de los snacks. Por fin esas bofetadas podían aplicarse en la vida real. El hecho de haberme equivocado en un ámbito me había hecho aprender a ver las cosas con perspectiva y centrándome en el objetivo de las cosas. Ahora no tenía que contabilizar, pero toda esa creatividad me hizo ser más ágil para comunicarme con clientes, planificar campañas, negociar y sobre todo solucionar problemas.
Mi supervisora en aquel entonces me dijo: con estos conocimientos, ya puedes decir que eres un export manager. Mi vida por fin encontró una buena vocación. Empecé a conocer a gente de todo el mundo, desarrollé el inglés, aplicaba mis conocimientos en algo que realmente me hacía feliz.
Te hago una pregunta que leí por Instagram: si te dijeran que necesitas fallar 30 veces para llegar a lo que quieres, ¿cuándo querrías empezar a fallar?
Y esa fue la clave. Fallar para aprender, y recoger esos conocimientos para progresar. Aunque parezca duro, de todo hay que sacar una lección. Y como decía al principio del artículo, la vida es una carrera de fondo. Lo único constante es el cambio, y tenemos que aprender las bofetadas son buenas a largo plazo.
Tras ser un currito errante, puedo decir que he encontrado mi sitio. Ahora me dedico a algo que realmente me ilusiona. Y es tan chulo como vender golosinas en todo el mundo. Trabajo con un equipo fantástico y me siento valorado. Ya hablaré de mi trabajo más adelante, pero créeme que es apasionante vender chuches en cantidades industriales.
Espero que esta historia te sirva por si te sientes perdido o perdida. Quizá aún no sea tu momento, pero lo importante es seguir adelante. Y tú, ¿cuántas bofetadas estarías dispuesto o dispuesta a recibir para llegar a lo que realmente quieres en tu vida?
Un abrazo.